
Bernhard Schlink nació en Bielefeld (Alemania), en 1944. Es juez. Por su manera de redactar, se nota.
Según puede leerse en la contraportada,
El lector es una novela muy premiada. Ha sido galardonada en Italia, Francia y Alemania. Lástima que los premios literarios no sean garantía alguna de calidad indiscutible.
Con un narrador en primera persona que cuenta la historia en pasado, la novela es corta, unas doscientas páginas. Se divide en tres partes que siguen un orden cronológico. Los capítulos ocupan apenas un par de páginas, lo que hace muy cómoda la lectura.
La escritura de Schlink es correcta, sólo eso. Correcta para un informe pericial, quiero decir. Es poco expresiva, poco comunicativa, fría. Haciendo memoria no recuerdo ni una sola metáfora, lo que da idea del poco sentimiento que transmite.
En la primera parte, no encuentro nada destacable. Ni la manera de narrar, ni el lenguaje, como digo, ni la propia historia, muestran algo novedoso u original en la forma o en el fondo. Schlink pierde la oportunidad de preparar el terreno, de ablandar al lector, de hacerle sentir lo que siente el protagonista, un adolescente. Si sentirán los adolescentes… Ser adolescente es exudar sensibilidad, sensiblería, miedo, llanto, amor, deseo, tristeza, alegría, pereza, nerviosismo, curiosidad, audacia, ingenuidad, ignorancia, sexualidad… Y que decir si encima mantiene relaciones sexuales con una mujer de treinta y tantos.
El autor tan sólo se atiene a contarnos la historia desde el punto de vista del narrador una vez adulto. Y el resultado es algo más parecido a un informe que a una novela.
En la segunda parte, muestra la novela un leve punto de inflexión, que comienza una curva ascendente aunque sólo sea por el breve giro que da la historia. Por lo demás, Schlink, sigue siendo tan cicatero como en la primera parte, hasta tal punto que el protagonista evita relacionarse, incluso con sus compañeros universitarios. Por tanto el perfil psicológico del protagonista tan solo se muestra a través de reflexiones y no mediante su relación con terceros. Sólo se enfoca la atención de la historia hacia los dos protagonistas.
Para más inri, en la trama hay un par de giros fundamentales, que el autor no quiere, o se muestra incapaz de ocultar hasta el momento necesario. Se hacen visibles mucho antes de que se destapen en la narración.
Entre la segunda y la tercera parte aparece lo más interesante del libro. Usando al protagonista, Schlink realiza una breve reflexión sobre la revisión continua que hace el pueblo alemán de su pasado más inmediato. Reflexión necesaria tratándose de un país que es representativo de los adelantos económicos y sociales conseguidos tras la Segunda Guerra Mundial.
De la tercera parte sólo cabe señalar nuevamente la avaricia sentimental de este escritor. En un momento de la novela, el protagonista llora.
Mientras la directora hablaba, yo seguía arrodillado mirando las fotos y las notas y sofocando el llanto. Cuando me di la vuelta y me senté en la cama, me dijo:
–Tenía tantas ganas de que usted le escribiera… Sólo recibía correspondencia de usted, y cuando repartían el correo preguntaba: “¿No hay carta para mí?” (…)
Volví a callar. No habría podido hablar, sólo balbucear y llorar.Schlink no es capaz de mostrar el llanto, no es capaz de transmitir la emoción del momento. Como un cronista nos lo tiene que contar el narrador, el propio protagonista, de la novela y del leve llanto. Todo muy frío.