
Juan Gracia Armendáriz tiene publicada una respetable obra. Poesía, novelas y relatos. Nació en Pamplona, el año 1965. Durante más de quince años ha sido profesor de la Universidad Complutense. Es columnista del Diario de Navarra.
Reseñar novelas, al fin y al cabo vidas ficticias, o incluso comentar diarios o autobiografías de personajes fallecidos tiempo atrás, permite cierta soltura, ligereza de movimientos a la hora de juzgar. He descubierto que no me ocurre lo mismo cuando se trata de un diario con autor vivo.
De manera imprevista, al comenzar la reseña de este libro quedé congelado. No era capaz de escribir nada que pudiera parecerme interesante. Sufrí lo que podría llamar, de manera algo cursi, un ataque de sensibilidad extrema. Con escepticismo lo llamaría sensiblería. Si fuera disciplinado lo tomaría por exceso de celo. Da igual, de todas formas, escribiendo estas líneas, sigo luchando contra ello.
Quien nos expone sus vivencias de una forma tan honesta como Gracia Armendáriz, merece que se le respete como centro de su propia historia. ¿Quién soy yo para meter la zarpa en este libro?, ¿tengo derecho a entrometerme, a sacar mis propias conclusiones de algo tan puramente objetivo, tan privado? Deduje que sí. Por varios motivos:
Comprendí que estaba paralizado porque tenía miedo de ser condescendiente. Se corre ese peligro cuando alguien te provoca admiración. Además el
Diario del hombre pálido del que voy a opinar es aquel que Gracia Armendáriz escribió para Arrecogiendobellotas. Voy a escribir sobre “mi”
Diario del hombre pálido. Voy a reseñar el libro que me tomé el trabajo de buscar en la librería, que pagué y que disfruté mientras dedicaba mi tiempo a su lectura. El autor seguro que da la venia.
Justificaciones aparte,
Diario del hombre pálido es un ejercicio de honestidad, de exposición voluntaria, de entrega, de desahogo, de narración desinteresada, un ajuste de cuentas consigo mismo, una forma de soltar lastre. Además desde el punto de vista literario, es este libro un ejemplo de maestría narrativa.
Observada desde afuera, la vida de los demás es muy aburrida, tanto como la propia. ¿Qué hay de extraordinario en lo que hacemos a diario? ¿Qué puede interesar de lo que hacemos de manera casi automática todos los días? Separando el grano de la paja, si quien lo hace sabe aventar, el resultado es un apasionante esbozo de vida. Gracias al acierto, al conocimiento, al excelente uso de la técnica narrativa del diario, lo cotidiano se convierte en una original aventura plagada de héroes sin capa, sin poderes y con el rostro marcado de arrugas.
Se nos habla de verdadera literatura, de las entretelas de la escritura. De hijos, de ancianos, de enseñanza, de infancia. Se nos habla de amor, de trabajo, de amigos… Juan Gracia Armendáriz con entradas cortas, a veces cortísimas, muestra sus días con un excelente relato, lleno de la involuntaria superioridad que otorga lo verdadero, lo cierto, lo humano.
Diario del hombre pálido, además, trasmite miedo. De igual modo que para morirse sólo hay que estar vivo, para enfermar basta con estar sano. La presencia constante de la enfermedad, de manera ineludible, se hace notar en cada página. En las doscientas cincuenta y dos páginas de este libro, lo más enjundioso de los ciento sesenta y nueve días que contiene queda supeditado a la limitación que impone una salud precaria. De ahí el miedo del lector. Y es que el ser humano está condenado a pensar en la salud sólo para echarla en falta. No la apreciamos cuando rebosamos de ella.
«
(…) Quizá la vida nos decepcione, pero es, precisamente, esa decepción el motor de una escritura que no aspira a explicar nada, sino a dar cuenta de algo. Escribir es un acto de afirmación. Es tentadora la idea de abrigarse con palabras, de que el lenguaje sea una empalizada, una gigantesca miniatura […] donde podamos acomodarnos en posición fetal, rodeados por el líquido amniótico de la memoria. Este diario quisiera ser un parto casi luminoso, donde las palabras sean puentes, cordones umbilicales que unan al lector con una realidad que acaso desconoce. No me empuja una finalidad solidaria, esa modalidad inferior de la compasión. Escribir es un movimiento afirmativo, aunque el asunto relatado sea decepcionante, doloroso; desagradable, incluso. Lo importante es la mirada.»
La lectura de este diario se convierte en una agradable compañía, un señor inteligente que cuenta su vida. Y sólo con eso aprendemos, seguimos aprendiendo.
Quedo muy agradecido.