La
novela tiene dos capítulos: 1-. El principio y 2-. Y el final. En realidad se
divide en tres fases. Háganme caso.
En
la primera fase se introduce al lector en el ambiente y se presenta al
protagonista y demás personajes. Un grupo de jóvenes góticos, amantes de… lo
gótico, que hace cosas de jóvenes (góticos). El lector se siente atraído por el
planteamiento y por la narración. Nada espectacular ni fuera de lo normal, ni
falta que hace; Juan Aparicio escribe muy bien, cuenta muy bien, no necesita
más.
La
segunda fase. Lo hemos dicho antes: Juan Aparicio Belmonte es un señor que
escribe muy bien y que narra muy bien. Pero él no se lo cree o no lo sabe y no
tiene otra ocurrencia que complicar la cosa (dicho así no está mal. pero por
desgracia hay matices) intentando transgredir el espacio tiempo sin separar los
pies del suelo. Es decir, el lector no sabe si está ante un homenaje poco hecho
(muy verde) a Kurt Vonnegut o se encuentra ante una parodia de las novelas de
ciencia ficción o tiene razón en pensar que no sabe dónde está porque el autor
no sabe a dónde lo ha llevado. Lo único cierto es que, sin necesidad, el lector
se ve obligado a hacer la travesía del desierto si quiere llegar a lo se supone
será un desenlace o una aclaración de lo que ocurre. Y es que el protagonista
siente que va sufriendo una transformación. Aunque poco antes parecía que la
transformación la sufría su mujer, pero no, ahora es él quien la sufre y su
comportamiento empieza a rozar lo demente. ¿Y qué le pasa? No se sabe. No lo
sabe ni la propia víctima. Así retiene Juan Aparicio al lector durante esta
insufrible fase.
Me
parece burdo.
«–Anita se ha hecho caca, ¿puedes
cambiarla, por favor? –me dijo Gretchen.
Seguramente no desconocía que en mi
fuero interno estaba empleando palabras que se salían de la dictadura de los
significantes y los significados convencionales, pues su petición vino a romper
mi concentración.»
En
esta fase, se monta tal pollo, tan enrevesado, tan intrincado, que es
imperdonable que tal como apareció se desvanezca. Pero desaparece, sí, el pollo.
Más tarde el lector, desde el oasis, mirará hacia atrás y no verá ¡nada! porque
nada había.
La
tercera fase: El oasis. ¡La tierra prometida! El lector apenas puede creerlo. ¡Mereció
la pena seguir hasta aquí!
A
estas alturas, porque hasta aquí nadie llega leyendo, puedo decirlo. Levrero es
interesante si se lee una novela, sólo una. Si continuas con la segunda se
convierte en el pelma gárrulo que no para de contar cosas que le interesan sólo
a su ombligo. No hace falta ser original a toda costa haciendo como Levrero. Delillo
y Pynchon están muy bien en su sitio, dejémoslos en paz y hagamos otras cosas.
Juan
Aparicio lo demuestra con el segundo capítulo de la novela, que coincide con la
tercera fase. La genialidad con que arregla todos los colgajos, como deja cada
cosa en su sitio, como, ahora sí, recuerda al mejor Vonnegut. ¿Ve, señor
Aparicio como no era necesario hacer que lo inexplicable fuera literalmente
ininteligible? Un ataque de cuernos es un ataque de cuernos. No pasa nada,
siempre han existido y, créame, siempre existirán, aunque la historia se
desarrolle fuera del sistema solar. Hacer pasar al lector por el aburrimiento
no tiene perdón por tratarse de un autor con talento a espuertas. A ver si
aceptamos que cuando el lector comprende es cuando funciona la comunicación. Y
hablo de comprender lo que no tiene explicación, no de escribirle novelas del
XIX.
Por eso el lector se da cuenta de que llegar hasta aquí mereció la pena, que da por salvada la novela gracias al extraordinario despliegue de técnica, imaginación e inteligencia que el autor, al final, ofrece como exvoto a los dioses de todo esto, que quieren seguir llamando literatura. Forzar la originalidad es forzar al lector. Y por definición una novela es para disfrutar, por eso existen lectores
Por eso el lector se da cuenta de que llegar hasta aquí mereció la pena, que da por salvada la novela gracias al extraordinario despliegue de técnica, imaginación e inteligencia que el autor, al final, ofrece como exvoto a los dioses de todo esto, que quieren seguir llamando literatura. Forzar la originalidad es forzar al lector. Y por definición una novela es para disfrutar, por eso existen lectores