
Llegó
a ser subdirectora de la prestigiosa revista Westminster Review lo que la
permitió estar en contacto con las figuras y tendencias literarias de su tiempo.
Al
parecer es autora de dos obras maestras de la literatura inglesa “Felix Holt,
el radical” (1866) y “Middlemarch” (1872). Está considerada la más importante
escritora de la época victoriana. Emily Dickinson y más tarde Virginia Woolf se
encuentran entre sus admiradores incondicionales.
En
este opúsculo la autora hace alarde de una finura y una acidez tan inteligentes
que, a pesar de mi indigencia lectora, me consuelo apuntando como futuribles
las novelas que señalé más arriba.
Así,
de una novela titulada La vieja iglesia
gris, dice:
«La autora no parece tener un conocimiento
destacable de nada en concreto; y tampoco resulta sencillo determinar cuales
son las etapas en que ha cosechado la experiencia de la vida, si exceptuamos
ciertos vulgarismos estilísticos que denotan claramente las ventajas obtenidas,
pese a su torpeza para sacarle provecho, de su trato con hombres y mujeres
cuyos modales y temperamento lucen protuberancias y ángulos no atenuados por el
convencionalismo más refinado.»
Degenerando,
degenerando, por desgracia llegamos al momento, más de un siglo después de su
publicación, en que mucha de la bilis que vierte la Eliot podría ser una
crítica plausible a los escritos de mucho escritor, con independencia del sexo,
que anda suelto por ahí.
«La disculpa habitual para las mujeres que se
hacen escritoras sin reunir ninguno de los requisitos necesarios es que la
sociedad les impide entrar en otros terrenos profesionales. La sociedad es un
ente muy culpable, al que se puede atribuir la producción de incontables
objetos dañinos, desde los pepinillos en mal estado hasta la mala poesía.»
No
obstante, como trasfondo queda el sabor amargo de la impotencia e indignación
que una mujer con verdadero talento y capacidad de usarlo con inteligencia
debía sentir al ver que su punto de partida era mucho más desfavorable por el
hecho de no ser hombre. Dicho sea esto sin tufo alguno de condescendencia
porque, a pesar de aquello, también se denota la plena aceptación del papel
impuesto por los usos de la época. Aceptación que no significa libre elección,
pero eso es otro asunto… Además, la autora supera toda adversidad y obstáculo
con una calidad literaria que pocos autores ingleses han igualado.
Siempre
es muy agradecido disfrutar del cinismo británico, inigualable en lo descaradamente
dañino y, si fuera conveniente, refinadamente injusto.
Lectura
veloz y divertida.
«Un buen número de grandes escritoras, tanto
vivas como fallecidas, acude a nuestra memoria como prueba de que las mujeres
pueden darnos novelas no solo buenas, sino entre las mejores del mundo.»
El ácido ensayo arranca, es verdad, más de un sonrisa...
ResponderEliminarUn abrazo,